lunes, 13 de abril de 2009

Plática con Órbitas Ausentes. (Espero no te enojes mi flaca, es un buen apodo).


Quiero perder las ansias. Me persiguen como si fueran sombras detrás del fugitivo alumbrado por el sol en el desierto, donde no hay para donde correr, a donde llegar ni donde esconderse. Me pega la perversa ausencia, me carcome la maldita consciencia en esta triste carrera contra el viento. El cuchillo de tu mirada me hace trizas por más que huyo de él. Ya me deshizo el alma por hoy. Sólo pido que pare. Y no se puede. Trato de ausentarme ante gustos momentáneos, esas diatribas del buen actuar que hacen que la mente se pase a retirar y dejan a las personas en estado zómbico. Pero después de esas comidas, de esos tragos, de esos momentos de intimidad, sólo sé que me estará esperando por las noches para revolcarme en mis errores, abofetearme con la mirada inquisitiva de la moral, y pasaré a ser su esclavo en las sombras, sufriendo como Prometeo ante la agonía incesante de mi propia creación.


Antes parecía un dolor cualquiera que dejaría de lado, pero se ha tornado de asintomático en detestable amargura de un día a otro. Me persigue desde el café de la noche, que si pudiera iría a escupir. Hoy no me sentí Borges, hoy soy el triste personaje de la casa de Asterión, pero no me divierto. Hoy mi prosa no buscará el crecimiento ulterior. Hoy viene de espada desenvainada en momento destructivo. Hoy paseo entre muros con el vaho saliendo de las fauces, arañando mis pasiones y adelantando mordidas ante cualquiera que tiende la mano.


Hoy puedo sangrar nuevamente por el simple hecho de sentirme vivo y retocar el amor al dolor. Es autoinfringido porque así lo decidí. El problema es cuando vengo en este estado de embriaguez mental y hay un ser querido cerca. Es entonces que el Dr. Jekyll se transforma en Mr. Hyde y la inercia de dolor les salpica la cara, dejándolos para siempre marcados. Es por eso que en estos momentos debo de permanecer entre paredes. Me siento como un cuervo con los ojos de sus dueños en el cogote, virando la cabeza hacia la infanta desvalida que llora en la cuna.


Es como Un día de furia, pero interna. Es una bomba de Napalm que recorre las metas, los logros y los fracasos que he tenido y se ríe a carcajadas por el odio que le tengo, y me saca la lengua para luego desaparecer entre mis manos a punto de estrangularla. Se desvanece como humo y deja ante mis ojos atónitos el simple olor putrefacto de mi comida que lleva meses en esta jaula y que ni las ratas pretenderán comerse. Ya no sé si mi estado famélico mental me causa alucinaciones o la muerte sólo buscó el pretexto de la anemia para adelantarse y presentarse hoy. Y a pesar de todo me gustaría portarme como Macario de Traven con ella, pero a mí no me habla. Sólo me mira con ojos de tristeza y me echa en cara las promesas desvalidas que no cumplí. A pesar de mis arrepentimientos, ella ríe de mi extraño momento de tintes católicos y se acurruca en mis ya desaparecidos muslos, ahora huesos casi de pollo, susurrando que eso ya no me sirve de nada, más que para darle más argumentos a favor de la miseria de la existencia humana, hugovictoriana.

Ufanado en que he amado y que ella nunca podrá hacerlo me veo envuelto en una apología de la existencia que irónicamente me consume la mía. Y el amor que una vez creí que poseí, me indica ella, fue pura fantasía, pues en realidad ninguna de las mujeres con las que estuve terminó conmigo “por raro”. Y esa es mi pregunta final… ¿a qué vine a este mundo, con facultades tan diferentes a las de los demás? Ella rompe en carcajadas, y sus órbitas ausentes se clavan fijamente en mis órbitas casi pegadas al hueso y me indica: “eso lo tenías que descubrir tú, inútil”.

Casi no lo logro, pero lo pude descifrar al final de esa conversación, durante la que estuve haciendo lo que más me gusta, aunque sólo haya sido en este triste papiro más arrugado que la piel de Tutankamón. Había nacido para escribir. Y eso finalmente calmó mi desasosiego. En conclusión entendí la razón de mis pensamientos garabateados en el piso, en la alfombra, en las paredes, en mis ropas roídas. La afección por los cuentos, los sonetos, las elegías. Mi amor por los versos alejandrinos, mi incursión en las rimas asimétricas, mi odio por la poesía contemporánea, pero mi pasión por los versos ortodoxos, pensados, rimados… y dí cuenta de mis más bajas pasiones por las escritoras de todos los tiempos, mi imaginación voló nuevamente con la figura de Juana de Asbaje y se dio rienda suelta con la voz de Ikram Antaki, y se regodeó con el único poema que me ha escrito mi mariposa. Ahí solté mi última fuerza vital y escuché mi terminal suspiro.

Algo me despertó. Mi cabeza descansaba sobre este teclado y mi entrada de blog estaba en blanco. Un aire muy frío recorrió la parte baja de mi cuello del lado derecho, entre la nuca y la oreja, y con un muy bajo tono la escuché retirándose y al momento dijo:


por hoy fue una advertencia, mi querido Ismael, vive aferrado a lo que te apasiona, o vive sin sentido y sin rumbo por siempre.


Hasta MUY pronto.

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