miércoles, 6 de mayo de 2009

Escamas en el ojo




Pasó al súper por una botella de tequila. El tic del ojo derecho no desaparecía. Cerraba y abría su ojo de forma descontrolada, aunque no era de manera frecuente, pero sí a un ritmo que desesperaba. Cada quince minutos le atacaba el tic durante dos minutos y dieciocho segundos. Después paraba. Pasaban dieciséis segundos. Y una réplica le acogía, cerrando y abriendo nuevamente, ahora tan sólo veinticuatro segundos más. Al final una lágrima involuntaria le recorría el rostro y debía limpiarla si no quería que le hiciese cosquillas al llegar a la parte superior del cuello. Ahí se deslizaba a veces y le mojaba el cuello de las camisas. Le parecía una molestia.



Cuervo, Tres Caballos, Viuda de Romero, Cien Años, Corralejo… repasó las marcas de las botellas en su mente y cada una se asociaba con recuerdos tan diversos y tan cálidos, algunos, o tan lejanos, fríos, desagradables que le recorría un frío escalofriante la piel, le enchinaba los vellos de los antebrazos y le doblegaba las piernas. Recordó la costa de Oaxaca, esa parte de playa casi virgen que recorrió con su mejor amigo. Recordó la brisa del mar, esos anocheceres de fogatas, de guitarras y cánticos a capella. Ese fondo de reggeae que siempre acompañaba el incesante batir de las olas. Recordó el preciso instante en que el lanchero con el que se hospedaba le trajo la botella del refrigerador. “Se la puse a enfriar Don, pa’ que no le sepa a té”. La confianza de la amistad le permitió abrir la botella y darle un sorbo directo del borde frío, todavía escarchado. El líquido, a pesar de los grados de alcohol que contenía (40) recorrió la garganta sin esfuerzo durante unos cinco tragos, enfriando las paredes y hasta la boca del estómago.


Le trajo a la realidad un nuevo ataque del tic, y una persona que circulaba por el mismo pasillo tratando de decidir entre un par de marcas de brandy le miró extrañado, y como buen mexicano, desconfió de sus facciones, creyendo que se encontraba ante una persona en estado de ebriedad, lo que le hizo tomar la botella más cercana a su mano y alejarse lo antes posible del individuo. Dio vuelta al pasillo y tomó de la cintura a su pareja diciéndole: “vámonos, ahí hay un borracho”.
Aprendió rápidamente a hacer caso omiso a su tic. Mientras le embestían cerraba su otro ojo y su mente despegaba. Pensaba. Se ocupaba de lo que, según él, muchos de los demás no hacían. Reflexionaba sus actos futuros. Él sabía que tenía una ventaja. Pensaba en lo que hacía cada 15 minutos. Todo lo reflexionaba. Incluso un día le había salvado de ser atropellado. Llegaba a la parada del autobús con cierta prisa y éste abandonaba ya la posibilidad de subir a más pasaje. Comenzaba su trayecto retirándose. Él pensó en cruzar la calle de manera intempestiva y tomar un taxi para no llegar tarde a la entrevista de trabajo. Un hombre de corbata negra, gordinflón, de unos 110 kilos, 1.65 m de estatura, bigote, con la calva brillante llegó detrás de él chiflando y gritando airadamente al chofer del autobús para que parara. En ese momento el tic se hizo presente. El regordete le atizó para que gritaran juntos, y al darse cuenta de su problema, volteó los ojos hacia el cielo, mostrando su desaprobación ante el poco apoyo obtenido. Echó otra mirada al camión que se alejaba, lo que le hizo dar la espalda a la calle. El tic iba apenas empezando su segunda fase. Mientras tanto pensaba en las otras posibilidades de llegar a su entrevista y recordó que había una línea de autobuses que cobraba menos y que le dejaría en el mismo lugar, sólo tenía que esperar unos 10 minutos más; eso descartó la primera posibilidad de cruzar la calle…


Cuando abrió los ojos un rechinido de llantas y un gran golpe, además de gritos ahogados le sorprendieron. Una camioneta blanca con algún logo de una empresa se daba a la fuga con el parabrisas deshecho, y el capó lleno de sangre. Nuestro personaje rellenito yacía en el suelo boca arriba, con un brazo extendido en el asfalto y el otro bajo su cuerpo con una flexión que era imposible si no presentaba una fractura. El codo estaba doblado hacia el exterior, como saludando la bandera, pero con la mano en la espalda. La sangre recorría el pavimento. Una pequeña convulsión terminaba con la vida del pobre hombre, mientras el tránsito se acumulaba en el lugar.


Impaciente, de espaldas a la avenida, cruzóse sin dar cuenta de que la camioneta rebasaba a una velocidad que excedía los límites, pues el chofer ya había sido advertido por su lentitud en el viaje anterior. Al momento de pasar uno de los coches más lentos un camión salía de un almacén de refrescos, lo que casi lo impacta con la parte trasera del camión. Pero la pericia del conductor logró que diera un volantazo hacia el lado derecho, precisamente hacia donde cruzaba nuestro ansioso peatón descuidado. Las tres toneladas de la camioneta pasaron fácilmente por encima del ahora tope humano.


“Pude ser yo. Pero el tic me salvó la vida” rezaba nuevamente ante el estante repleto de botellas de tequila. Por eso ahora no reclamaba, no se enojaba con la vida por haberle dado ese chocante espasmo. Tomó una botella de Viuda de Romero y se dirigió a la caja. La cajera le sonrió más por costumbre que por agrado. “¿Encontró todo lo que buscaba?” Cómo decirle que no, cómo insinuarle que el amor desapareció para él de manera abrupta, que el destino le arrebató a la mujer de su vida y se la llevó lejos, con alguien que le lavaba el cerebro y la trataba mal; cómo explicarle que la contorsión de los músculos faciales le ocasionaba dolor en las noches y que se había aficionado al alcohol por eso, para dormir al menos unas cinco horas. Simplemente asintió. “¿Es todo?” Volvió a asentir. Sacó un billete de $100 y pagó. Tomó la botella y la abrió antes de recibir el cambio, dando un gran trago antes del próximo embate gesticular. La cajera lo volteó a ver con asco y prácticamente le aventó el cambio, haciendo un gesto de negación al mover la cabeza de un lado a otro.


Una visita más en la que lo veían como espécimen anómalo. Tendría que ir a otro lado por su alcohol de ahora en adelante. Pero el siguiente tic no fue como los demás… el ataque duró menos, 1 minuto y cuarenta segundos. Y no hubo repetición. Se dirigió al baño, extrañado, y en el espejo vio la horrible realidad. Una pequeña protuberancia, de la textura del lomo de un reptil salía de su córnea. Al parecer traspasaba la córnea y salía desde el cristalino. Tenía escamas. Escamas en el ojo.

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