lunes, 18 de mayo de 2009

Persuasión interna ad hominem.



Resúltase que el proyecto de la publicación se viene encima. Y a veces uno desdeña esa posibilidad y al menos, la aplaza cada vez más, pues mírase como un camino divergente en el horizonte. El punto fuerte de la ocasión es el proceso creativo, que esta vez al parecer se viene un poco diferente al simple suceso de apoltronarse enfrente del teclado para desenredar la madeja equívoca, promiscua, turbia, entintada por arquetipos e ideales que rodean mi existencia, sintiéndome un herrero que le da forma a la lámina, de a poco.

Esta vez es posible que se venga la ayuda divina de alguien muy especial. Ese alguien posee un bagaje afectivo y formativo inconmensurable. Le conozco desde los pocos años de vida, de antes de la década. Apareció de repente donde uno comienza a socializar, en aquellas aulas de los noventas, en unas calles de la colonia Polanco.

La inmortalicé sin más. Su cabello negro, lacio, despeñado en sus hombros, rodeando un cariz de pureza, una mirada de esas que sólo las niñas de aquella edad poseen, cándida, maliciosa, encantadora. Acompañaba el cuadro una risita de pómulos alzados, de barbilla afilada, de cejas paralelas, contagiosa cual epidemia, energía positiva pura.

Y a pesar de que el primer amor se vive a intensidades psicodélicas, los esfuerzos de retenerlo son en vano, pues la evolución del cuerpo opaca todo brío encaminado a la conservación. Ella se embarcó en su yate y partió al horizonte lejano, hacia nuevos mares, en busca de nuevas playas, otros soles, con la simple gana de agitar su mano hacia mí, en señal de separación… yo sentí el hálito del adiós en la cara, pequeñas gotas de mar que su partida dejó, y guardé ese cuadro como un tesoro… lo tengo colgado en la memoria y lo repaso a diario en las mañanas cuando el cerebro se reinaugura, y estoy seguro que a cada relación que me apego, el retrato se acusa como humedad en papel, y a veces al encontrar soledad, mi memoria lo trae ante mí, y mis ojos y mi corazón lo observan como la primera vez que vi Nuit Étoilée de Van Gogh.

Ahora, entrado en edades inéditas poseo el privilegio de contactarla y de contarle mis peripecias literarias, a lo que ella respondió con sorprendente proactividad. Me ha ofrecido su valiosísima ayuda y le he dicho que sí. Simplemente un apoyo de una profesional del tratamiento psicológico.

Pero ahora con esa armadura que posee, llena de Freud, Lacan, Reich, Klein, Bion, Jung o Adler; la turbación me invade, me cimenta un muro de precaución que me invoca a desatender mis quehaceres literarios. Aunque la plática sobre la represión, la condensación, los sueños, el desplazamiento, el libido y las pulsaciones (Drang), las etapas oral, anal, fálica, el período de latencia y la etapa genital; el inconsciente colectivo, el arquetipo, la posición esquizo-paranoide, infunde más interés que desasosiego. Además no vengo en posición Popperiana de clasificar actividades en ciencias y pseudociencias… sólo quiero incursionar en apetencias de enriquecer las pocas palabras ordenadas, consecutivas, que suelen acopiarse en mis espacios idílicos, épicos, retóricos, satíricos…


Además la curiosidad se viste de interrogación: ¿qué busca ella?

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